miércoles, 12 de junio de 2019

Los promedios, un lastre que ya es hora de soltar


Hace ya muchos años, Julio Humberto Grondona, entonces presidente de la AFA, explicó sin rodeos en una recordada entrevista televisiva el porqué del sistema de promedios para determinar los descensos de categoría en el fútbol argentino. “Don Julio” le explicó a Ramiro Sánchez Ordóñez que se los instauró para cuidar a los equipos grandes y agregó que era igualmente beneficioso para los periodistas, que se verían también perjudicados por la eventual ausencia de los equipos más convocantes en la máxima categoría.

Hace pocos días, ante el surgimiento de versiones que daban cuenta de que en algún estamento de nuestro fútbol se estaba considerando la iniciativa de eliminar los promedios en la Superliga, no fuimos pocos los que nos ilusionamos con la idea de que por fin se aboliría un mecanismo que consideramos anacrónico, distorsivo y, fundamentalmente, injusto.

Para empezar el análisis desde lo más simple, cabe decir que esa finalidad confesada por Grondona no fue lograda; porque si tomamos en cuenta a los cinco denominados “grandes” de nuestro medio, tres de los cuatro que descendieron se fueron a la B empujados por la aplicación del sistema de promedios. Sólo San Lorenzo perdió la categoría por la tabla anual, en agosto de 1981. Racing Club (1983), River Plate (2011) e Independiente (2013) cayeron por el cómputo de las tres temporadas precedentes.

Más allá de la innegable ineficiencia del sistema de promedios en función de los poco nobles objetivos para los que fue concebido, su aplicación genera efectos distorsivos. Para buscar precisiones al respecto vale la pena adentrarse en este hilo de Twitter del colega Gastón Fernández, que se tomó el trabajo de revisar quiénes descendieron por promedios y quiénes debieron haber descendido en el caso de que se usara la tabla anual, la misma con la que se determina al campeón y a los representantes argentinos en los torneos continentales de clubes. Es decir, la misma a la que se recurre para dirimir todos los objetivos en las ligas mejor organizadas alrededor del planeta futbolero.

El informe de Fernández demuestra cómo, en el mejor de los casos, los promedios salvan o castigan a destiempo como regla general; o algo peor: en ese raconto queda claro que los promedios condenaron al descenso a algún equipo que no lo habría merecido en ninguna de las tres temporadas contempladas en el momento de su pérdida de la categoría. Es una locura y, sin embargo, para quien esto escribe ese puede ser el menor de sus defectos. Más importante, por ende más cuestionable aún, es que el sistema rompe con un principio elemental de cualquier competencia que pretenda ser seria: el de la igualdad ante las reglas de esa competencia. En cada temporada hay equipos que la comienzan con la plena certeza de que no descenderán aunque hagan la peor campaña de su historia. No todos juegan en las mismas condiciones cuando se trata de la lucha por la permanencia; y eso es la injusticia por definición, la cual no queda licuada por el hecho de que todos conozcan las reglas de antemano, como muchos argumentan a la hora de defender la aplicación de los promedios.

Es prácticamente imposible -y creo que ni siquiera corresponde hacerlo- evitar que los grandes sean grandes y los demás no lo sean tanto. La recaudación de fondos producto de la masa societaria o el poder de convocatoria, la mejor posición ante eventuales negociaciones de jugadores o la mayor disponibilidad de recursos derivada de otros ingresos hace que la brecha sea cada vez más amplia en ese aspecto; y eso, repito, es inevitable. Pero lo que no se puede permitir, ni mucho menos promover, es que la estructura de la competencia establezca criterios que contribuyan a agrandar esas diferencias que podríamos denominar como naturales. La organización debe garantizarle las mismas posibilidades reglamentarias a cada uno de los participantes. Todos deben empezar desde el mismo punto de partida, desde cero, y la consecución de los distintos objetivos debe ser determinada por la misma tabla.

En el fútbol sudamericano como conjunto se puede advertir una interesante intención de copiar criterios organizativos de los europeos, que han logrado elevar todas sus competencias al más alto nivel. El problema surge, creo, cuando esa intención choca con algunas bases del status quo reinante. No sirve hacer esa transformación por la mitad. La organización de todos nuestros torneos tiene que estar cada vez más cerca de los estándares europeos que tanta admiración nos despiertan; y eso, tengámoslo por seguro, no es una cuestión de recursos. Se trata de convicción, de determinación y de terminar de entender que la competencia futbolística bien organizada es más seria; si es más seria es más competitiva; y si es más competitiva es más atractiva.

viernes, 13 de julio de 2018

Con el corazón lleno de fútbol


Es cierto, sí. Todavía quedan dos partidos. Falta saber, nada menos, quién será el campeón. Para la estadística el detalle no es menor, claro. Pero para mi análisis general sobre la Copa del Mundo que está por terminar, más allá de quién se lleve la gloria el domingo en Moscú, no va a modificarse la fuerte sensación que tengo de haber visto un muy buen Mundial, que me regaló momentos de mucho placer desde mi condición de amante apasionado de este deporte.
Comparto con ustedes algunas ideas que quedaron dando vueltas en mi alma futbolera después de este mes de tan intenso disfrute.

SOBRE EL NIVEL DE JUEGO
Aquí tenemos, creo, el eje de una de las más intensas discusiones futboleras de esta Copa del Mundo. Hay quienes sostienen que la ausencia de las grandes potencias en las instancias definitorias es un indicio incontrastable de la baja del nivel de juego a nivel global. El hecho de que Alemania, Argentina, Brasil, España y Portugal se fueran de la competencia antes de las semifinales era inimaginable para muchos, entre los que me encuentro. Ahora bien: a lo que no me sumo es a darles a mis valoraciones la entidad de línea divisoria entre lo bueno y lo malo. Como no se dio lo que suponía que pasaría, el Mundial es “loco”, “raro”, malo o de bajo nivel. No; en lo absoluto se puede afirmar eso sobre la base de esa única evaluación. Me parece que es perezoso intelectualmente y erróneo periodísticamente. En todo caso, antes de intentar una conclusión definitiva busquemos elementos que la hagan sólida.
Salvo los casos de Arabia Saudita y Panamá, que pagaron un alto tributo al escaso roce de sus jugadores con el medio y el alto nivel Mundial, no hubo ningún seleccionado que no mostrara sobre la cancha el fruto de un progreso más o menos notorio, con las particularidades de cada caso. Casi todos los equipos emergentes -permítanme llamarlos así- manejaron un concepto vital como punto de partida: el orden. A ese orden le sumaron el conocimiento profundo de las virtudes y las flaquezas del rival, con la ventaja de que mientras más grande o importante es el oponente hay mucha más información sobre él y, así, se podrá trabajar mejor sobre la neutralización de esas virtudes y, si fuera posible, también la explotación de las flaquezas.
Hay más cuestiones. Técnica, táctica y estrategia (éstas dos últimas todavía menospreciadas por lo que podríamos llamar la línea “lírica” del fútbol). En cada equipo de este Mundial hubo, al menos, uno o dos jugadores de marcada riqueza técnica. Incluso las selecciones con menos historia ya muestran otra cara en este aspecto. Uno de los elementos más notorios de este apartado es la famosa “pelota quieta”, que, mal que le pese a Sampaoli, es una de las grandes herramientas del fútbol moderno. Una situación aislada que por sí misma ofrece la posibilidad de torcer el rumbo de un partido. No hay un solo equipo que no tenga en su repertorio este tipo de movimientos preestablecidos para la eventual disponibilidad de un tiro libre cerca del área rival.
Citemos ejemplos concretos de desarrollo: a muchos les llamó la atención el rendimiento de la Selección japonesa, pero cuando uno revisa el presente o la trayectoria de sus futbolistas encuentra que la gran mayoría de sus integrantes juega o jugó en las ligas más importantes de Europa. Ese roce es determinante si saben capitalizarlo. Por eso, no hay que sorprenderse con el manejo de Kagawa, el trajín inteligente con buen traslado de Hasebe o la pegada de Inui en el segundo gol nipón contra Bélgica; o con lo bien que pueden armarse colectivamente equipos como el mismo Japón, Corea del Sur, Irán o Marruecos para darles un buen susto a potencias como Alemania, España y Portugal. Más que asombrarnos, tenemos que empezar a entender que la brecha tiende a achicarse y que más temprano que tarde, como hoy ocurre con Croacia, vamos a empezar a ver otros nombres en los primeros lugares de cada competencia. El que está en el alto nivel, ya con el techo cerca de la cabeza, no tiene mucho para mejorar en cuestiones elementales y su desafío pasa por ver de qué forma logra que sus mejores individualidades marquen la diferencia; pero para los que vienen desde abajo, el margen de crecimiento es mucho mayor. Con los medios disponibles en la actualidad y los recursos humanos idóneos para sacarles provecho, ya son pocos los “chicos” que van a jugar contra los “grandes” pensando solamente en perder por poco. Lo que antes era una quimera ahora se convierte en un sueño posible, cuando no ya en una meta asequible. No hay que temerle a este cisma futbolero mundial. Hay que aceptarlo y aprender a convivir con este reordenamiento y sus consecuencias, como lo hacemos en otros deportes en los que en los últimos tiempos los representantes argentinos logran objetivos que hasta no hace mucho sólo podían permitirse soñar.

SOBRE EL VAR Y LA TECNOLOGÍA
En el debut mundialista de este dispositivo ha quedado mucha tela para cortar sobre su implementación. Se lo impuso con la intención de darles más elementos a los árbitros para “hacer justicia”, entendiendo por justicia el hecho de que un árbitro pueda rectificar a tiempo un error o una omisión involuntarios de su parte. Naturalmente, nadie podría oponerse seriamente a una iniciativa así presentada.
El tema pasa, por un lado, por el protocolo de procedimiento. Su uso es facultad exclusiva del árbitro central. Sus colegas asignados a la sala de VAR pueden sugerirle que repase alguna situación de las que figura en la lista de instancias incluidas en ese protocolo; ellas son jugadas de penal, fuera de juego y acciones en las que pudiera corresponder una expulsión. Pero todo queda en la discrecionalidad del árbitro a cargo del partido dentro del campo de juego, razón por la cual él podrá desestimar la recurrencia al VAR y, aun acudiendo a él, el sistema la dará la posibilidad de volver a verlo desde varios ángulos. Pero será ese mismo árbitro, con su propio concepto reglamentario, quien evaluará lo que revea a través de la pantalla y tendrá para sí la decisión final. En otras palabras, el VAR no garantiza el servicio de justicia en acciones de interpretación. Apenas -y digo apenas porque me resulta poco en función de lo mucho que su uso atenta contra la dinámica del juego- achica levemente el margen. Habrá que ver en el futuro si la relación costo – beneficio justifica su permanencia en las distintas competencias; y sobre este último también entra a jugar lo monetario. La FIFA y las confederaciones continentales pueden costearlo sin problemas para eventos de esta magnitud, pero ¿qué pasa con las ligas sin mucho desarrollo económico? ¿Se justificará erogar todo lo que requiere la implementación del VAR en función de las potencialmente escasas veces en las que puede ser requerido y la falta de garantías sobre su infalibilidad?
Distinto, creo, es el caso de los dispositivos de resolución inmediata como la que determina si la pelota traspuso la línea de gol o no. Ahí sí no hay matices que analizar. Entró o no, de acuerdo a lo que indica el reglamento. El árbitro recibe una señal electrónica en tiempo real y toma la decisión que corresponda según el caso sin que se altere en lo más mínimo la continuidad de juego.

SOBRE EL ARBITRAJE MUNDIALISTA
Antes de meternos de lleno en esta cuestión es importante dejar aclarado que no llegaremos a conclusiones sólidas si usamos los mismos parámetros con los que evaluamos la realidad de nuestros campeonatos. Es más: extendería a toda Sudamérica esta salvedad.
Ahora sí, vamos de lleno. El Mundial les ofrece a los árbitros un contexto extremadamente más amigable con su función que el que la rodea en nuestro ámbito (reitero: esto incluye toda la CONMEBOL). La abrumadora presencia de cámaras, la posibilidad de la recurrencia al VAR y la casi siempre estricta dureza de la FIFA a la hora de sancionar inconductas de los jugadores, no les dan margen a los futbolistas para cometer ningún tipo de exceso.
El argentino Néstor Pitana es, quizás, uno de los más claros ejemplos de esa mayor comodidad en el contexto FIFA. Un árbitro que en nuestro medio flaquea generalmente en los momentos de tomar determinaciones gravitantes, se mueve sin inconvenientes en los partidos mundialistas. Sus carencias fueron con él a Rusia, pero lo comentado más arriba sobre el bajo grado de rugosidad de los encuentros casi no lo expone a la encrucijada de tener que tomar una decisión drástica. Así, su tendencia a dirigir sin hacer olas, su corpulencia e impecable estado atlético (datos no menores en la consideración de las autoridades) y la pronta eliminación argentina lo catapultaron al momento más importante de su carrera arbitral.
Algo más de lo relacionado con el arbitraje de la Copa del Mundo. Creo que las autoridades arbitrales de la FIFA, el suizo Massimo Busacca y el italiano Pierluigi Collina, deberán revisar la instrucción de advertir a los jugadores de no usar las manos para ganar posiciones en las pelotas aéreas sobre las áreas. Es ya evidente que el mecanismo no funciona y, además, también atenta contra la dinámica del juego. Es inviable que cada córner o tiro libre en forma de centro sea precedido por una perorata que, a esta altura, es un juego de mentiras en el que todos fingen decir la verdad y todos fingen creerse. El árbitro les advierte a los futbolistas que si se agarran va a sancionar lo que corresponda y que cobrará penal si el infractor es del bando defensor; los jugadores le levantan las manos clamando inocencia y jurando que se cortarían las manos antes de usarlas para tomar a un oponente. El árbitro da por sentado que su mensaje llegó a destino y trata de no mirar. Los jugadores saben que el aviso fue meramente protocolar y que hay pocas chances de que el árbitro pite un eventual penal, así que se agarran de todos modos; y así, una y mil veces. De repente, a algún futbolista se le va la mano o al árbitro le agarra un ataque de reglamento y la jugada termina con una sanción justa en sí misma, pero que se vuelve injusta en el cotejo con acciones idénticas en las que no pasó nada.
Uno de los argumentos de los defensores de esta política de advertencia es que si se sancionaran todos los penales que se producen por agarrones durante un partido, el juego terminaría desnaturalizado. Lo que no explican es como entienden que en el contexto de un partido de fútbol sea más “natural” un futbolista colgándose o estirándole la camiseta a un rival para que no juegue que una acción más relacionada con la naturaleza del juego como lo es una acción de juego limpio de la pelota como un penal. Además, lo más seguro es que cuando los jugadores tengan la plena certeza de que no hay margen para jugar deliberada y antirreglamentariamente con las manos dejen de hacerlo.

Lo miré con atención, lo paladeé y me llenó el alma de fútbol. Fue un Mundial que repartió alegrías entre algunos de los que pocas veces o nunca las habían experimentado y decepciones entre aquellos que llegaron a Rusia con el plan de jugar siete partidos y terminaron yéndose mucho antes de lo previsto y deseado; un Mundial que fue el ámbito para la consagración de nuevas estrellas. Un Mundial que solidificó mi convicción de que la estantería futbolística global está moviéndose y con serias intenciones de reacomodarse.
Es un proceso histórico apasionante que tenemos el privilegio de poder presenciar.

miércoles, 16 de diciembre de 2015

Una oportunidad desperdiciada

Marcelo Tinelli nunca imaginó que iba a encontrar tantos obstáculos para la concreción de su nuevo capricho. Pensó que para ocupar el sillón de su admirado Julio Grondona iban a bastarle su popularidad y un poco de presión mediática cuasi extorsiva sobre los oponentes de turno. Una bajadita de línea entre el baile de alguna pareja y algún tramo caliente del lamentable acting de los “jurados” sería suficiente para esmerilar la imagen pública de personas que, encima, ya la traían bastante descolorida por méritos propios. Le funcionó para imponer la forzada interpretación del artículo estatutario que regla los requisitos para presentarse como candidato. Supuso Tinelli que iba a salirse con la suya una vez más, como lo había hecho tantas veces dentro de un medio que nunca le dice que no, que lo venera como a un dios de barro y que a nada teme más que a ser aludido negativamente en un espacio televisivo de dudoso gusto que, sin embargo (o, quizás, por eso), mantiene un piso de rating de veinte puntos, lo que equivale a un mínimo de dos millones de telespectadores en cada emisión. La andanada de apoyos -por convicción, por conveniencia o especulación- que tuvo en los medios lo cegó. Esa soberbia alimentada por el “simarcelismo” que lo rodea hace décadas le impidió ver un detalle fundamental: sus televidentes no votan esta vez. Los votantes de esta elección son pocos, tienen nombre y apellido y a todos, absolutamente a todos, les va algo en el resultado.

Luis Segura fue la mano derecha de Julio Grondona en la última etapa de su presidencia. Con el fallecimiento de Don Julio y el período por completar, el cargo recayó estatutariamente en el expresidente de Argentinos Juniors. Él, como todos los dirigentes de la AFA actual, nunca necesitó desarrollar su capacidad dirigencial. Algunos lo hicieron, desde ya; pero otros pensaron que Grondona sería eterno y siempre lo tendrían para resolver por ellos y de manera imperial las situaciones de mediana y alta complejidad que pudieran presentárseles. Muchos de esos dirigentes son los que hoy cierran filas alrededor de la candidatura de Segura, con la intención de mantener el estándar grondoniano del que tanto se beneficiaron. Ellos saben que con Tinelli eso no se va a terminar, pero temen, no sin sustento, algo que suponen aún peor: que una gestión tinellista replantee el mapa de los beneficiarios.

La fallida elección del 4 de diciembre expuso algo que era cada vez más obvio. Ninguna de las dos agrupaciones tiene un verdadero proyecto para hacer funcionar a la Asociación del Fútbol Argentino a la altura de lo que se espera de ella en los tiempos que corren. Los dos, Segura y Tinelli, quieren el sillón. Los dos hablan del cambio que requiere la AFA, pero ninguno de ellos tomó verdadera distancia de lo que pasó en Ezeiza. En los días previos y posteriores, Tinelli embarró la cancha todo lo posible con denuncias de fraude y prácticas poco claras; pero en la conferencia post escándalo, se sentó al lado de Segura y habló con tono conciliador. Si hubiese tenido la certeza de haber sido robado, estaba en el lugar y el momento ideal para hacer pública la queja.

Se sabe que Tinelli es una figura omnipresente en San Lorenzo. “Más omni que presente”, dicen algunos sanlorencistas que conocen bien de cerca la vida de la institución. También hay quienes le reprochan que se haya cortado solo en su búsqueda de la AFA, como lo hizo saber públicamente César Francis -vocal opositor en la Comisión Directiva-, quien se quejó de que Tinelli nunca haya puesto a consideración de sus pares sus intenciones de buscar la presidencia de la casa mayor del fútbol argentino. “¿Piensa gobernar la AFA solo y a control remoto? ¿Ese es el cambio que propone?”, preguntan con lógica sus más encumbrados oponentes, quienes también temen que cada reunión de Comité Ejecutivo siga en Showmatch y sin ellos ; y si algo le faltaba para terminar de alejarse de quienes no forman su círculo áulico, el conductor televisivo llevó el conflicto a la justicia ordinaria. “Sacó los pies del plato”, algo que para la corporación dirigencial es casi como la aparición de la luz mala y, en lo estatutario, está previsto por la FIFA como causa de desafiliación para aquella federación que no dirima sus cuestiones internas puertas adentro.

Por todo esto, me permito no abrigar mayores esperanzas cualquiera sea el ganador de esta dilatada y manoseada elección. La AFA debe ser refundada, debe empezar de nuevo con un acuerdo general sobre puntos fundamentales de su funcionamiento. Vengo diciendo hace rato que la opción en este turno electoral es sólo un tenue matiz.

Creo que si se vota a Segura se opta por la continuidad de Grondona; si se vota a Tinelli, se estará ungiendo al próximo Grondona.

Sólo se trata de elegir entre un personalismo u otro; y si algo malo le pasa a la AFA desde 1979 es el personalismo.

martes, 17 de noviembre de 2015

Ceballos, la punta de un enorme iceberg

No me siento en condiciones de decir si es bueno en lo suyo o no. Sí puedo afirmar que Diego Ceballos está lejos de ser lo que espero de un árbitro de fútbol. Me parece importante empezar por esta puntualización para dejar en claro que lo que sigue no se trata de una defensa personal del árbitro.

Tampoco discuto que Diego Ceballos se equivocó al sancionar el penal con el que Boca abrió el marcador frente a Rosario Central en la final de la Copa Argentina jugada en Córdoba. La falta contra Peruzzi fue indudablemente fuera del área. No les caigo a los árbitros, en cambio, en las jugadas del gol anulado a Marco Ruben (una situación de interpretación en la que encuentro más argumentos para defender que para criticar al asistente Marcelo Aumente) y en el convalidado sobre el final a Andrés Chávez, a quien la revisión tecnológica de su posición al momento de partir el pase encontró adelantado por una de sus rodillas. No más de veinte centímetros en una jugada en velocidad, claramente dentro, al menos en mi opinión, del margen de error tolerable en ese tipo de ocasiones.

Lo que motiva este texto, sin embargo, no es la situación puntual sino todo lo que sobrevino a la final de la Copa Argentina. Hubo una ola, liderada por la gente de Rosario Central, que “pedía la cabeza” de Ceballos y de Aumente. Algunos, incluso, lo pedían sin las comillas. Literalmente. En las primeras horas, la AFA dejó trascender a través de periodistas acreditados en la AFA, posiblemente para tantear el terreno, que a los dos árbitros se les había terminado la carrera. Rápidamente quedó claro que tanto Ceballos como Aumente pertenecen a la planta permanente de la AFA y que el despido liso y llano no sería tan fácil desde el punto de vista legal, además de representar, en mi opinión, una medida exageradamente drástica.

El presidente Luis Segura fue hasta donde pudo. Ordenó suspender por tiempo indeterminado a Diego Ceballos y a Marcelo Aumente. A Ceballos, además, lo hizo sacar de la lista de árbitros internacionales argentinos para 2016 que la misma AFA había mandado en octubre a la FIFA. Esto último representa, tanto en lo profesional como en lo económico, un duro castigo para Ceballos. Segura también decidió que sea el titular de la Comisión Arbitral -el presidente de Racing Club, Víctor Blanco- quien designe a los árbitros, desplazando de esa tarea a la Dirección de Formación Arbitral (DFA).

Pregunto: si la AFA tiene a la DFA para evaluar el desempeño de los árbitros, ¿por qué un dirigente, por más que sea el presidente, puede tomar una decisión tan terminante sin esperar el análisis de los veedores e instructores? ¿Por qué la DFA, con Miguel Scime a la cabeza, se dejó desautorizar así? ¿Por qué la Asociación Argentina de Árbitros no salió públicamente a exigir que las tareas de Ceballos y Aumente fueran evaluadas con criterios técnicos y no por los dirigentes con parámetros tribuneros, polítiqueros y de conveniencia ocasional?

Ceballos, vale aclararlo, dirigió la final de la Copa Argentina por el acuerdo de los dos clubes. Porque, dicho sea de paso, así es como en la AFA se designa a los árbitros para este tipo de instancias. Según el propio mandamás, no debiera ocurrir. Así, los dirigentes aplican un protocolo confesamente inadecuado de manera sistemática, pero luego se convierten en los inquisidores de Ceballos por un error importante, pero error al fin. Por todo esto, la inmediata dureza de Segura deja de manifiesto lo que, para mí, es una gran hipocresía.

Dejemos de lado a los hinchas de Rosario Central. El hincha argentino en general, de cualquier club, prescinde de la reflexión y se muestra siempre a la defensiva contra presuntas conjuras en contra de sus respectivos clubes y exige ser implacables con los errores perjudiciales, al mismo tiempo que muestra un temperamento de perdón divino para aquellos fallos erróneos que le resultan favorables.

Pero a los dirigentes del club Canalla les cabe otra responsabilidad. Si tienen algún elemento que les permita demostrar que Ceballos los perjudicó deliberadamente, comprado o no, que lo lleven a la Justicia, tanto la deportiva como la ordinaria. Si no, y aunque se sientan ciertamente perjudicados, no suman saliendo a prender fuego en los medios. En todo caso, tienen resortes estatutarios para presentar una protesta formal ante la AFA. Pero cuando el propio Ceballos no suspendió el partido contra Tigre en Arroyito por el piedrazo que le abrió la cabeza al entrenador visitante, Gustavo Alfaro, fueron comprensivos con el árbitro en un error que, por ser una decisión para la cual tuvo tiempo de hacer evaluaciones, me resulta más grave que errarle a la sanción de un penal para el cual sólo disponía de un golpe de vista.

Todo este asunto saca a la superficie algo que requiere de una solución definitiva. Urge un replanteo de todo el sistema de justicia de nuestro fútbol. La AFA debe delegar en un ente colegiado y sin influencia dirigencial la evaluación, promoción y designación de los árbitros, así como también reformular la estructura del Tribunal de Disciplina conformándolo con personas idóneas independientes y no como ahora, que los integrantes pertenecen a distintas instituciones afiliadas a la casa mayor del fútbol argentino.

Julio Grondona ya no está y su impronta sigue vigente. Hay un solo dirigente, Raúl Gámez, que hace tiempo se distanció de Don Julio y sus procederes. Todos los demás, incluso los hoy sobreactuantes presuntos impulsores de un cambio, han manifestado oportunamente su admiración por el desaparecido Grondona.

Así será muy difícil la recuperación de la confianza en la AFA y su organización; y sin ella, la competencia futbolística pierde toda razón de ser.

lunes, 6 de julio de 2015

Reflexiones post Copa América

Hay algo sobre lo que creo que vale la pena apoyarse de arranque, por más obvia que resulte la mención: si se perdió la final es porque se la jugó, se estuvo ahí; y es la segunda final en dos años y en las dos competencias más importantes que puede jugar una Selección de esta parte del mundo. A la del Mundial se volvió después de veinticuatro años y a la de la Copa América después de ocho, habiendo pasado la amargura de la prematura eliminación de la jugada en nuestro país.
El fútbol se empareja a nivel planetario. Los que ganaban siempre ya no triunfan tan seguido y los que no ganaban nunca empiezan a escribir sus páginas de gloria; y en lo que mí respecta, me resulta apasionante estar presenciando este reacomodamiento del orden futbolístico mundial.

Comparto en lo general la visión que Gerardo Martino entregó en la conferencia de prensa; para mí también fue Argentina la que hizo un poco más de mérito para llevarse la victoria, pero en el contexto de un partido marcadamente parejo como fue esta final de Santiago, la diferencia puede quedar escondida detrás de pequeños detalles. En una de las últimas jugadas de un encuentro con pocas situaciones de gol, el contraataque de Messi, Lavezzi e Higuaín falló por milímetros, como también Alexis Sánchez tuvo la suya con un remate cruzado que salió por poco junto al poste derecho de Romero; y en este contexto de tanta gravitación del detalle, ¿qué habría pasado si el mediocre y temeroso árbitro colombiano Wilmer Roldán hubiese cobrado el penal a Marcos Rojo en el último minuto de los noventa del tiempo regular? Si hubiese sancionado como correspondía la exasperante recurrencia de Charles Aránguiz a la comisión de faltas, varias de ellas merecedoras de amarilla, el ex Quilmes no habría terminado el partido. Lo de Roldán no está planteado como una excusa, sino como una invitación a pensar cuán cerca se estuvo de que algunas variables influyentes -y por ende, el resultado- fueran diferentes.

Se idolatra a Javier Mascherano con la misma intensidad con la que se castiga a Lionel Messi. Eso habla en buena parte del desprecio que se tiene, en muchos casos por desconocimiento, del juego en sí mismo; y no porque el mediocampista central no le aporte al equipo en ese aspecto, sino porque Messi es, hoy por hoy, desde hace años y sin discusiones alrededor del mundo, el máximo exponente. Pero aun blandiendo la lupa sobre la presunta carencia espiritual y falta de amor por la Selección, no se encuentra allí el vacío que muchos denuncian.  Pensémoslo con lógica y buena leche: ¿A cuántas convocatorias ha faltado Messi desde que jugó por primera vez con el seleccionado mayor? ¿De cuántas de ellas, pudiendo haberse “bajado”, nunca lo hizo? Si no quiere a la Selección, ¿cómo hizo para llegar a los cien partidos? Se banca las persecuciones y los golpes sin chistar, porque sabe que el equipo lo necesita siempre en la cancha; y para afrontar ese asedio con esa actitud también hace falta mucho huevo, mucho más aún que para reaccionar, pegar un golpe o dar un insulto e irse expulsado dejando al equipo sin su mejor carta. Afirmar que Messi es un “pecho frío” o que “no le interesa jugar en la Selección Argentina” (ni hablar de la historia de que no canta el himno) es, para mí, una estupidez que se cae por su propio peso.

Carlos Tévez es en estos días uno de los delanteros de más alto nivel en el mundo. Lo sabía Sabella, lo sabe Martino y todos estamos de acuerdo con eso. Pero no es garantía de nada, como no lo es ningún jugador sobre la faz de la Tierra. No lo fue Maradona, no lo es Messi ni tampoco lo es Tévez. Todo lo demás son puntos de vista válidos y conjeturas más o menos comprobables, como las que hay en esta misma nota un poco más arriba. ¿Por qué lo lleva, si va a ponerlo poco? Porque es una de las posibilidades que le ofrecen las atribuciones derivadas de su función. A mí me cuesta pensar que Martino tome una decisión sabiendo que está desechando otra a la que sabe mejor que la adoptada para el bien del equipo; y luego de esto, es él y no nosotros quien trabaja con los futbolistas en el entrenamiento y quien convive con ellos en el día a día de la concentración. Pero claro, Martino tiene que tomar sus opciones antes de los partidos, para ver cómo los gana; y nosotros podemos sentarnos a esperar los resultados para saber si lo hizo bien o mal.

Habrá que ver cómo se suceden los acontecimientos post Copa América y en lo previo a las Eliminatorias mundialistas y la Copa América del Centenario. Ojalá me equivoque, pero tengo la sensación de que en lo inmediato se vienen días complicados mediáticamente alrededor de la Selección. Pueden aparecer convenientemente miserias que habrían quedado convenientemente sepultadas si el resultado hubiese sido otro. Si esto sucede, habremos vuelto a perder. Pero no por penales, sino por goleada.


domingo, 17 de mayo de 2015

Dos grandes "verdades" que son dos grandes mentiras


“ESTO SE VA A RESOLVER EL DÍA QUE NO ESTÉ GRONDONA.”

¿Cuántas veces hemos escuchado o dicho esta sentencia? Cientos, miles, millones de veces. El postulado parecía tener una carga irrefutable de lógica. Julio Grondona no sólo era el presidente de la AFA, sino que también era una especie de dios todopoderoso habilitado para tomar decisiones que podían vulnerar las propias reglamentaciones y que eran aceptadas por todos los dirigentes con el mismo gesto con el que un chico obedece un mandato “porque lo dijo papá”.

Julio Grondona se fue de la vida hace algunos meses y no se percibe que nada esté empezando a cambiar ni mucho menos. Los dirigentes quieren manejar todo como se hacía cuando vivía Don Julio, a quien le bastaba subir o bajar un pulgar para terminar con un conflicto. Ahora no tienen a quién recurrir, sino que tienen que hacer aquello para lo que fueron elegidos, ya sea en las elecciones de los clubes como por sus pares dentro de la estructura de la AFA; y como siempre supieron que en última instancia “papá” sabría qué hacer, nunca se esforzaron por ser mejores. Su mayor empeño lo dedicaban a ver de qué forma se ganaban el favor de papá, sabiendo que al que estuviera cerca de Grondona el sol lo mantendría calentito aunque hiciera frío polar.

Cualquier actividad deportiva competitiva tiene que tener un entorno reglamentario que brinde un marco de igualdad a todos sus participantes. Igualdad no es pretender que el grande deje de ser grande y que el chico deje de ser chico sólo por una decisión. Igualdad, en este aspecto, es que ante el mismo hecho se aplique la misma regla sin importar quiénes sean los involucrados. Aquello de la balanza y la venda en los ojos.

Este es, para mí, uno de los principales problemas de nuestra organización; pero es una deficiencia tan elemental, que influye decisivamente en el desarrollo de toda la actividad. Una competencia deportiva es, también, un choque de intereses; y necesita de reglas claras que en nuestro contexto están sancionadas, pero que rara vez son aplicadas; y al que le toca eventualmente someterse al rigor de las leyes no lo acepta porque a otro competidor no se lo aplicaron cuando lo merecía. Así entramos en una cadena viciosa en la cual nadie quiere ser el primer eslabón que se corta. Así no hay manera.

Los dirigentes, desde su lugar de conducción, deberían dar el ejemplo de sometimiento a las reglas que, por otra parte, no aparecieron talladas en una piedra encontrada en lo alto de un monte. No. Esas reglas se sancionaron en los recintos de la AFA por iniciativa y con la aprobación de esos mismos dirigentes que hacen todos los malabares posibles para vulnerarlas. Hacen lobby, rosquean, presionan, embarran la cancha, trafican influencias. No dan ningún buen ejemplo.

La “grondonean” sin Grondona y así nos va.


“EL PROBLEMA DE LA VIOLENCIA EN EL FÚTBOL SE ARREGLA CUANDO METAN EN CANA A LOS BARRAS.”

En mi opinión, y de acuerdo a la evolución del problema de la violencia en nuestro fútbol a lo largo de los años, esa sentencia es una simplificación de la mirada.

Las barras bravas son un problema, desde ya. En su mayoría –por no decir todas- responden cabalmente a la definición que da el código penal de una asociación ilícita: grupos de personas que se reúnen con la finalidad de delinquir. ¿Tienen que ir presos? Sí, en la abrumadora mayoría de los casos.

Pero hoy, la temática de la violencia en los estadios excede a la problemática de los barras. Con los años, el hincha común se “barrabravizó”. Por acción u omisión le dio al barrabrava la entidad de ejemplo de amor al club por medio de adoptar los criterios que los barras tenían antes de postergar ese amor por el pragmatismo de los negocios. El barrabrava ya no se pelea “por los colores” porque está en otra cosa y el hincha común “defiende” los colores como si fuera un barrabrava. No tolera la victoria de un rival (ni hablar de tener que comerse como local un festejo ajeno, cosa que “hay” que evitar por todos los medios) y hasta le resulta provocativa la mera presencia o cercanía de un rival. Cuando todavía se habilitaba el ingreso de visitantes a los estadios, éstos eran ubicados en pequeños guetos a los que debían acceder por caminos especialmente trazados en la calles aledañas con paneles que impiden que los hinchas de uno y otro (todos ellos personas integrantes de la misma sociedad) puedan verse siquiera.

Una vez dentro, todo el mundo vive el partido con una carga de tensión inusitada. Basta con ver la reacción que genera un gol, que suele liberar una descarga de bronca contenida y no la expresión de alegría que sería esperable por la conquista del equipo del que se es hincha. Ese gol desata un festejo que no tiene que ver con la propia satisfacción tanto como con la posibilidad de enrostrárselo a quien lo padece en el mismo partido o a algún clásico rival al que, seguramente, ese gol no le caerá bien.

Hay cero capacidad de asimilar la frustración deportiva. Si se perdió es porque “nos robaron”, porque “molestamos y nos tiran al bombo” o porque los jugadores son “mercenarios y/o cagones”, entre otras argumentaciones; y si esa frustración es el descenso de categoría, algún bobo lo equiparará con la pérdida de un familiar y se sentirá autorizado a manifestar su malestar de la forma que se le ocurra, sin ningún concepto de los límites.

Ya está naturalizado y casi que se hizo ley que un jugador no pueda gritar un gol hecho contra su exclub y, muchísimo menos, si lo consigue en calidad de visitante; y aunque no haga un gol, será hostigado durante todo el partido por el solo hecho de tener otra camiseta; y con los clásicos, la fiebre rompe todos los termómetros. El aire se vuelve irrespirable en los días previos y posteriores. Son tan pocas las excepciones en este punto, que no llegan a torcer esa nefasta tendencia.

Los periodistas como colectivo, también con las excepciones como mínima expresión, tenemos nuestra parte de responsabilidad por lo que hacemos o no. Fueron muchos años de demagogia legitimando todas las reacciones del hincha. Muchos años de convalidar, erróneamente y sin alertar sobre los excesos, la certeza de que “somos los hinchas más apasionados del mundo”. Muchos años de alimentar o no condenar desde sus primeras manifestaciones a la cultura del aguante. Muchos años de ocuparnos de lo que pasa fuera del terreno de juego muchísimo más que de lo que pasa dentro. Muchos años de dejar crecer el “periodismo fierita”. Muchos años de pereza intelectual, en lugar de agrandar nuestro horizonte de conocimiento para robustecer nuestra capacidad de análisis. Muchos años de pensar y ejercer el periodismo como un fin y no como un medio, atendiendo, defendiendo o no denunciando intereses no compatibles con nuestra función específica.

Muchos años de hacer las cosas mal, como se las hace en cada uno de los aspectos que se suman para que la realidad de nuestro fútbol sea la que tenemos hoy.


sábado, 26 de octubre de 2013

La crítica (no) será terrible

En su ya tradicional espacio radial de cada medianoche, el Negro Dolina se tomó un tiempito para hablar de su parecer sobre las transmisiones de fútbol en la Argentina. Fue crítico; y, además, se expresó con la lucidez, la acidez y el sarcasmo que forman parte de su marca registrada.

Dolina, detalle que aclaró a la noche siguiente de su comentario original, no estaba refiriéndose exclusivamente a las transmisiones de Fútbol para Todos. Escuchando con atención y buena leche, esto quedaba más que claro. Habló de errores a la hora de mencionar a los jugadores, citas ociosas de la estadística, imágenes que sacaban al espectador del juego en sí mismo y otras cuestiones a las que sintetizó como “una conspiración para que no veamos los partidos”.

Más allá de las exageraciones y el tono irónico y, a veces, soberbio de Dolina, es importante detenerse en los argumentos de su exposición. Creo que hay más de uno que son atendibles; pero sólo voy a centrarme en los periodísticos, que son los que me involucran. Comparto la convicción de que la estadística citada indiscriminadamente llena el aire de datos absurdos y conducentes a nada; y mucho menos sirven para animarse a prever, ni siquiera a suponer, el posible resultado del juego que estamos transmitiendo. No tiene mucho sentido saber si el “9” de Karlsruhe metió todos sus goles en las tardes de lluvia con menos de diez grados de temperatura (permítaseme la exageración para graficar el ejemplo), así como tampoco ensayar complicadas y abundantes explicaciones de situaciones que no las requieren.

También consumimos muchas energías y segundos de aire ocupándonos de vigilar con lujo de detalles si Fulanito festeja o no el gol que le hizo a su exclub o al club tradicionalmente rival de aquel con el que Menganito está más identificado o cómo recibió la hinchada local a un exjugador o extécnico de su equipo. En otro tramo, el Negro mencionó las charlas entre nosotros que no tienen relación con el partido; y ese es otro punto en el que le doy la derecha. Las charlas y los chistes internos que dejan fuera al espectador también ensucian la transmisión.

Él tampoco omitió la queja de muchos invictos de sofá, que reconocen inmediatamente a todos los jugadores aunque tengan los ojos cerrados. “No aciertan a los jugadores, no conocen ni a los que juegan en nuestro país”. Eso no es así. Algunos más y otros menos, pero todos los relatores confunden alguna vez jugadores durante el relato o comentario. Eso no quiere decir que no conozcan o que sean malos profesionales. Siempre se hace todo lo posible para reducir al mínimo el margen de error, que, de todos modos, siempre está latente cuando se trabaja en vivo; y una vez cometido, no se lo puede eliminar por más rápido que podamos hacer la rectificación de la observación o el dato erróneos.

Lo que ocurre, a diferencia de lo que sucedía en tiempos del fútbol codificado, es que hoy se ve por televisión abierta los diez partidos de la Primera División y varios de la B Nacional. Todo, además, está a disposición de una teleaudiencia muy masiva en todo el país y el mundo gracias a las nuevas tecnologías. Antes, en cambio, los pocos partidos disponibles en vivo sólo estaban al alcance de los que podían (y/o querían) pagarlos; el resto nos llegaba varias horas (o días) después de disputados con una prolija edición que disimulaba los errores, incluso haciendo grabar posteriormente el audio sobre las jugadas que en el momento que se produjeron habían sido erróneamente advertidas por los periodistas. El vivo no da ese margen y, por lo precedente, pagamos el precio con mucho gusto.

Así todo, hay que aprender a aceptar la crítica. Los periodistas la hacemos cotidianamente y en muchos casos de nuestro lado tampoco se escatima la sorna y la ironía, cuando no la agresión y/o la descalificación. De la misma manera que exigimos tolerancia para nuestras críticas hacia otros, debemos recibir las que se hacen sobre nuestro trabajo; y, por qué no, tomarnos el tiempo para analizarlas y ver si de ellas hay algo que nos motive a rever y mejorar algunas de nuestras prácticas. La que nos hizo Alejandro Dolina a mí me sirve.